La creación del Estado Nacional tras 1818 y su irrupción en el espacio público y social significó la modificación de prácticas sociales y culturales en todo el país. Se cambiaron nombres de calles (Calle del Rey pasó a denominarse Calle Estado), la proliferación de estatuas mostrando los héroes y acciones de las Guerras de la Independencia (Chacabuco, Maipú, O’Higgins, San Martín, y un largo etcétera), con el fin de eliminar de la naciente República aquello que tuviera alguna importancia o significado ligado a la Monarquía Imperial Española (la localidad de Monterrey pasó a llamarse Montepatria en 1817). En ese aspecto, hay que considerar la idea de que la memoria social siempre actúa en pluralidad, limitada y selectivamente, frágil y manipulable, vertida hacia una percepción de cambio y ejerce un trabajo simbólico de restitución y sustitución (1).

La consolidación de las simbologías del nuevo Estado Chileno es parte de un proceso de memoria cívica posterior a la guerra de Independencia y significó la creación de estrategias que cumplieran la función de convencer a los habitantes del territorio que ahora eran “chilenos”. Había que configurar el pasado y resignificar el espacio público, instalando festividades nacionales que rememoraban los principales acontecimientos de la guerra independentista, especialmente el 12 de Febrero, que celebraba la Jura de la Independencia. Se construyó una arquitectura festiva con fines de propaganda y difusión ideológica de la nueva República. Así, la fiesta posee una dimensión política que ritualizaba las formas de poder (2). Las celebraciones de las Fiestas Patrias en Chile no fueron homogéneas ni establecidas, sino que fueron producto de la misma sociabilidad popular que comenzó celebrando en diferentes momentos y a lo largo de todo el año, hasta que el Estado debió regular las celebraciones.

Primera Junta de Gobierno (Nicolás Guzmán, 1889)

Las Primeras Celebraciones

La primera vez que se celebró la acción del Cabildo y de la Primera Junta de Gobierno de 1810 fue en septiembre de 1811. Manuel Antonio Talavera, en su “Revoluciones de Chile. Discurso histórico, diario imparcial, de los sucesos memorables acaecidos en Santiago de Chile por un vecino testigo ocular” publicado en 1811, relata la celebración del aniversario juntista:

“El mismo día 18 se celebró el cumpleaños de la Junta con misa solemne, sermón, Te Deum, y tres salvas de artillería, con más dos días de iluminación y dos noches de fuegos, mucha música en un tabladillo que se hizo en la plaza mayor; consecutivamente dos tardes de fuego de cabezas en el conventillo. Fue el orador nombrado Fray José María Torres del Orden Dominicano. Propuso en su oración tres puntos: 1º, que la Junta era útil a la Religión; 2º, al Rey; 3º, a la Patria. No se puede explicar el fuego de la expresión con que exornó su proclama, tan a satisfacción de 1o circunstantes que mereció los mayores elogios”(3).

El espacio público, caracterizado por su religiosidad, fue cambiando paulatinamente a la conmemoración de actos cívicos nacionales, con la intención de unificar las celebraciones. La acción soterrada de cambiar las configuraciones del espacio público, también como una forma de control, y como señala Gabriel Torres, se trataba de darle un carácter distinto al acostumbrado (4). La celebración de 1812 se realizó el 30 de septiembre y fue organizado por José Miguel Carrera, que incluyó la iluminación de la ciudad, la Casa de Moneda fue adornada con la Bandera y el Escudo Nacional, como símbolo de una creciente autonomía, y se celebró un Te Deum en la Catedral. El tercer aniversario fue celebrado el 22 de septiembre con similares características del año anterior. El cuarto aniversario se suspendió por la intensificación de la guerra tras la llegada del nuevo ejército español, bajo el mando de Mariano Osorio. La Batalla de Rancagua dio origen al periodo de Restauración Monárquica que concluyó en 1817 con la Batalla de Chacabuco el 12 de febrero.

El Acta de Declaración de la Independencia fue promulgada el 1 de enero de 1818 en Concepción y firmada por Bernardo O’Higgins el 2 de febrero en Talca y oficialmente promulgada en Santiago el 12 de febrero. La consolidación de la Independencia en Maipú el 5 de abril, significó que tanto el 12 de febrero, el 5 de abril y el 18 de septiembre fueron denominadas Fiestas Patrias.

Jura de la Independencia en Santiago (Fray Pedro Subercaseaux, 1945)

Curiosamente, el 18 de septiembre nunca fue la fecha ideal para las celebraciones. Vicente Pérez Rosales señala “celebrase ese gran día (12 de Febrero) y no el 18 de septiembre”, apreciación errada, ya que desde 1818 la celebración del 12 de febrero y el 18 de septiembre fueron establecidas como fiestas cívicas, además del 5 de abril, como múltiples festividades patrias, pero todas comenzaron a adquirir una significación popular. Prueba de la importancia que el gobierno de la época daba a los feriados civiles que había creado (el 12 de febrero, el 5 de abril y el 18 de septiembre), estos fueron mencionados explícitamente en la Constitución de 1822 (promulgada el 30 de octubre de dicho año), lo que les dio el curioso rango de “feriado constitucional“.

El simbolismo del 12 de Febrero ha sido especialmente estudiado y era una fecha simbólica para la élite del siglo XIX, ya que concentraba la fecha de la fundación de Santiago (1541), la Batalla de Chacabuco (1817) y la Promulgación en Santiago del Acta de Declaración de la Independencia (1818). El gobierno comenzó a ver un problema en las tres celebraciones, ya que se complejizaban ciertas áreas.

La fiesta del 5 de abril estaba muy próxima a la Semana Santa (de gran importancia en un Estado que constitucionalmente se declaraba oficialmente católico). Incluso en 1822 tuvo que ser trasladada la celebración debido a que coincidía con Viernes Santo. En 1824, el Director Supremo Ramón Freire, decretó que solo el 12 de febrero y el 18 de septiembre serían las fechas oficiales de celebración, ya que el doce de febrero por el aniversario de la declaración de nuestra independencia, y el diez y ocho de septiembre por el de la regeneración política de Chile. Decreto del 14 de agosto de 1824 (7).

Chingana en Tres Puntas (Paul Treutler, 1852)

Las fiestas del 12 de febrero coincidían con las vendimias, el Carnaval y la Cuaresma. Incluso el 1828 coincidió con Miércoles de Cenizas. Por lo tanto, se complejizaba su celebración por tema económicos (las vendimias y trillas eran de suma importancia en la economía nacional) y religiosos. En 1837, se decretó la suspensión de las celebraciones del 12 de febrero: la celebración del 12 de Febrero queda reducida en adelante a una salva de veintiún cañonazos en las plazas y pueblos donde hubiere artillería, y repique general de campanas a las 12 del día. En las casas públicas y de particulares, se enarbolarán banderas por todo el día, y habrá iluminación durante la noche (Decreto del 8 de febrero de 1837).

Así, tras la eliminación del 12 de febrero y del 5 de abril, las celebraciones se concentraron en el 18 de septiembre, que coincidía con los cambios de gobiernos y otros festejos. Aunque algunos no estaban de acuerdo, ya que el 18 de septiembre se juró fidelidad al Rey y no tenía la importancia real como el 12 de febrero. El gobierno autorizó para las celebraciones, las instalaciones de chinganas, ramadas y actos públicos, con el fin de promover la idea central de la nacionalidad y de la construcción del ser chileno.

Celebración de vecinos de la calle Aníbal Pinto de Coquimbo el 18 de septiembre de 1900.

Chinganas, Ramadas y Fondas

El origen de las chinganas se remonta al siglo XVI, cuyas características permanecerían invariables hasta hoy. Para Eugenio Pereira Salas, las diferencias entre una chingana y una ramada era su ubicación: las chinganas eran urbanas y las ramadas rurales (8). Etimológicamente, una chingana es un escondite, especialmente para las clases populares, que se aislaban y buscaban diversión en espacios cerrados y ocultos a la sociedad. Durante el siglo XIX, las chinganas y ramadas se confundían por su naturaleza, cosa aparte de las fondas, que incluían hospedaje.

Algo que las unía en común, era el desorden público, las borracheras, escándalos, prostitución y el desenfreno, especialmente de ciertas chinganas que se instalaban en la Pascua de Resurrección. Por ello, O’Higgins en 1818, con acuerdo del Sínodo del Obispado de Santiago, decretó la prohibición de establecer chinganas en la época de Pascua. De ahí que tanto las chinganas, las ramadas y las fondas comenzaran a establecerse en septiembre, alrededor de la nueva fecha de celebración de la Independencia. En 1824 se decretó la prohibición de cantos obscenos, acciones escandalosas, estados de ebriedad, juegos ilegales, armas blancas, etc.

En 1836, Diego Portales envió una circular a los Intendentes para prohibirlas, argumentando que presenta un aliciente poderoso a ciertas clases del pueblo, para que se entreguen a los vicios más torpes y los desórdenes más escandalosos y perjudiciales: de que por un hábito irresistible concurren a ellas personas de todos sexos y edades, resultando la perversión de unas, y la familiaridad de otras con el vicio, el abandono del trabajo, la disipación de lo que estés les ha producido y muchas riñas y asesinatos (…) ha resuelto prohibir absolutamente en todos los pueblos de la República que se levanten dichas ramadas en los días señalados y en cualquiera otros del año” (9). Curiosa prohibición que quedó en letra muerta, empezando por el mismo Portales, asiduo visitante de chinganas y ramadas clandestinas.

Una de las más famosas fue la de Teresa Plaza, conocida como “El Parral“. Hacia comienzos del siglo XIX se ubicaba en calle Purísima, para posteriormente trasladarse al sector de San Isidro. El año 1872, Benjamín Vicuña Mackenna, intendente de Santiago, instaló la “Fonda Popular“, con la idea de controlar el desorden de las chinganas. Se clausuraron muchas de ellas y se intentó concentrar la actividad en esta “Fonda Popular” ubicada en la esquina de las calles Arturo Prat y Avenida Matta. Sin embargo, la chingana “El Arenal“, de Peta Bustamante, ubicada en la esquina de las calles Marín y Lastra, mantenía vivo el espíritu original de las chinganas.

A esto, se sumaban las cocinerías, puestos pequeños donde se cocían todo tipo de guisos, asados, fritangas y pan amasado para los visitantes y formaban un conjunto con una chingana o fonda. Los fogones estaban a la intemperie, y se dedicaban a vender carne asada, embutidos y productos derivados. Las chicherías eran parte importante del sistema de celebraciones de Fiestas Patrias, ya que proveían de chicha y vino pipeño, que se vendía en vasos medianos (medio pato) o vasos grandes (pato), arrobas, damajuanas, chuicos, etc.

Según la historiadora Karen Donoso, en las Fiestas Patrias, ya reducidas al 18 de septiembre, lo común era que las chinganas, fondas y ramadas se comían buñuelos fritos en aceite, diversas clases de licores. Se tocaba música en estructuras de madera improvisadas como escenarios donde las cantoras, acompañadas de guitarras, arpas, vihuelas tocaban y cantaban cuecas, zamacuecas, fandangos, chapecaos y otros bailes tradicionales (10).

De esta forma, los ritos republicanos fueron afianzándose en el siglo XIX a través de la fiesta y celebraciones de septiembre, asociadas a los Juegos de Guerra que comenzaron a realizarse los día 19 de septiembre y que se transformaron en la Parada Militar. Para Alejandro San Francisco, las celebraciones eran objeto de críticas por parte de la Iglesia Católica especialmente, ya que fomentaban la embriaguez y el desorden moral, pero para el gobierno, era un mal menor frente a la profundización del sentimiento patrio. Ejemplo de ello es el famoso cuadro de Mauricio Rugendas que ilustra la llegada del Presidente José Joaquín Prieto a las chinganas de “La Pampilla”, como muestra de la unión patriota en las celebraciones de septiembre.