Una de las principales oportunidades del arte es su capacidad de impregnar un juicio ético-valórico que evidencie un compromiso sensible con su medio y sus circunstancias.
Durante el siglo XIX, en Chile existió una sincronía con los movimientos artísticos europeos, dirigida por una “oficialidad” estatal cultural. Caso extraño es el Giovanni Mochi (1831-1892), director de la Academia de Pintura, quien permitió a sus estudiantes la posibilidad de apartarse de dogmas e ideas europeas, acercándose a la cultura rural de nuestro país.
El siglo XX significa cambios en la sociedad chilena, no solamente cambios políticos, económicos, sino que también en la cultura, donde comienzan a tener mayor protagonismo los sectores obreros, sindicales y estudiantiles. Desde la literatura, la obra de Tancredo Pinochet Le Brun (“La conquista de Chile en el siglo XX” 1909), de Alejandro Venegas, conocido como Dr. J. Valdés Cange (“Sinceridad, Chile Íntimo en 1910”, 1910) o de Luis Orrego Luco (“Casa grande: escenas de la vida en Chile”, 1908), desarrollaron una expresión artística disidente en la época.
En Latinoamérica, los comienzos del modernismo parte en los convulsionados años 20’, que como fenómeno vanguardista tiene similitudes con procesos de cambios sociales y políticos en la región, como la Revolución Mexicana (1910), las reformas de José Batlle y Ordóñez en Uruguay (1911), las luchas de Getulio Vargas en Brasil (1930), la resistencia sandinista en Nicaragua o la Reforma Universitaria iniciada en Argentina (1918) y los conflictos políticos chilenos entre Arturo Alessandri Palma y Carlos Ibáñez del Campo, el surgimiento de la República Socialista y las graves crisis institucionales hasta 1932.
Uno de los antecedentes es el Manifiesto del Sindicato de Artistas Revolucionarios (1929), promovido por David Alfaro Siqueiros, que influyó en la Revista Martín Fierro de Argentina (1924), el Grupo Montparnasse de Chile (1923) y otros movimientos cubanos, argentinos y uruguayos.
El fenómeno del muralismo está ligado a las van guardias, los ideales revolucionarios y que fue promovido desde México por el Ministro de Educación Pública, José Vasconcelos. Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros fueron las cabezas de esta nueva estética, militante y comprometida con diversos discursos ideológicos ligados a la izquierda latinoamericana, donde la imagen visual se convierte, de este modo, en el nexo entre el pueblo y la contingencia. Una voz que se plasma en los muros[1].
La historia del muralismo chileno está ligado a la influencia de los movimientos artísticos mexicanos, especialmente del trabajo de Rivera, Siqueiros, Orozco y González Camarena, especialmente desde su intervención en la Escuela México de Chillán (“Muerte al Invasor” de Siqueiros) y en la Universidad de Concepción (“Presencia en América Latina” de Jorge González Camarena).
Gregorio de la Fuente
Junto a Laureano Guevara, es uno de los primeros muralistas y destacados expositores de la pintura en nuestro país.
Gregorio de la Fuente Rojas nació en la zona de Curicó en 1910 y gracias a una beca que su madre pudo conseguir, estudió en el Colegio San Agustín de Santiago, donde expuso por primera vez sus trabajos. En palabras del propio artista:
“Contemplaba los hechos, las cosas y la naturaleza, sintiendo la urgencia de traspasarlas a cualquier superficie”
En 1927, inició sus clases dibujo junto a Manuel Núñez, profesor de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Gregorio había ingresado, con 17 años de edad a la Facultad para estudiar Pedagogía en Artes Plásticas con Carlos Isamitt. Continuó sus estudios en la academia particular del pintor Juan Francisco González y en 1931 se reincorporó a la Escuela de la Universidad de Chile bajo la dirección de Julio Fossa Calderón. En 1937 fue alumno y ayudante del curso de Pintura Mural al Fresco del profesor Laureano Guevara, al mismo tiempo es nombrado Bibliotecario, cargo que ejerce hasta 1946.
El escritor Antonio Acevedo escribió sobre De la Fuente:
“Es de estatura breve silencioso, con una bella frente y unas pupilas que arden sonrientes bajo unas cejas montañosas; boca sonreidora muy poco pródiga; movimientos casi mesurados ocultan su inquietud y su muy grande espíritu de trabajo lo singulariza. Su palabra siempre está fileteada de conceptos, siempre buscando rutas. Es un hombre profundamente estudioso. Conoce las vidas y trayectorias de arte de cuantos han dejado huellas imborrables; los busca, no para imitarlos, sino para estudiar su técnica y orientar la suya”[2]
En esta etapa, los viejos conceptos artísticos pasaban por una crisis de renovación, impulsada por la “Generación del 13”, La mayoría de los integrantes de esta generación provenían de la clase media y llevaban una vida austera y bohemia, cuyos derroteros están por la fascinación por el arte criollo y sus costumbres, la crítica social y el retrato de un personaje inédito hasta entonces en la pintura nacional, el proletariado.
En 1943, De la Fuente realizó viajes de estudio a Argentina para observar el movimiento muralista; en 1946 el Gobierno francés lo becó por dos años y medio para realizar estudios de perfeccionamiento en la Escuela de Bellas Artes de París y en la Acadèmie Grand Chaumiere, además aprovechó esta oportunidad para recorrer Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra, España e Italia.
El 31 de octubre de 1941, fue galardonado en el Salón Oficial Interamericano con el Primer Premio Universidad de Chile.
En 1942 participó en la elaboración del mural de la Escuela de México de Chillán junto a Laureano Guevara, Camilo Mori y el colombiano Alipio Jaramillo. En el mural, Gregorio pintaría los medallones de los 21 próceres americanos. Gracias a este trabajo se involucraría definitivamente en el muralismo, en contacto con muralistas consagrados como Xavier Guerrero o el mexicano David Alfaro Siqueiros[3].
En 1952, Gregorio de la Fuente se trasladó a La Serena para realizar el Mural de la Estación de Ferrocarril por encargo de la Empresa Ferrocarriles del Estado. En 1953 en la Estación de Los Andes, donde obtuvo el primer lugar en el concurso convocado por Ferrocarriles del Estado de Chile para dotar de un mural al recinto.
“Es innegable que un mural, por su ubicación, es una cosa pública, que está en directa relación con la gente. En ese sentido puede servir para instruir o inspirar intereses sociales en las personas” (Gregorio de la Fuente)
Del año 1962 hasta el año 1968 fue Director de la Casa de la Cultura en Ñuñoa, en Santiago. En este periodo, la Casa de la Cultura de Ñuñoa abrió sus puertas a la música, el folclore y el arte. Se organizaron cursos de verano para profesores, organizados por la Escuela de Verano de la Universidad de Chile y con el fuerte apoyo de la Municipalidad de Ñuñoa y sus alcaldes (José María Narbona, Raúl Cabezas y Jorge Monckeberg), quienes apoyaron el trabajo de Gregorio de la Fuente, y que incluían a Violeta Parra, Víctor Jara, Gabriela Pizarro, Silvia Urbina y otros destacados folcloristas.
De la Fuente, a cargo del Palacio Ossa (Casa de la Cultura de Ñuñoa), intervino con un conjunto de mosaicos la entrada del edificio, que incluyó una serie de estrellas de David, que con sus figuras concéntricas dan un nuevo sentido estético al inmueble patrimonial, declarado Monumento Histórico en 1973.
En 1966 realizó el mural “El ayer y hoy del Hombre” en el Anfiteatro Griego del Parque Juan XXIII. La obra fue pintada por el artista con la ayuda de algunos de sus alumnos, entre ellos se cuenta a Nelson Santander, y para su ejecución se utilizó una técnica pictórica llamada “Cloisonner” (estilo postimpresionista donde se utilizan colores planos, contornos silueteados). El mural fue realizado sobre una pared curva, la cual conforma el escenario del Teatro. Se trata de un muro fabricado en cemento que sucesivamente fue pintado de color blanco-crema como fondo del mural. Toda la obra se desarrolla en altorrelieve mediante la aplicación de mezcla de mortero pigmentada o conteniente granito de color y con detalles realizados según la técnica del mosaico. El 2016, y gracias al financiamiento de FONDART y con el auspicio de la Municipalidad de Ñuñoa, el mural entro en una etapa de limpieza y restauración a cargo del equipo de “Occitania – Restauración y Gestión del Patrimonio Cultural”, quienes realizaron un completo trabajo de restauración y conservación del mural, junto a la Organización de Amigos del Parque Juan XXIII, el cual quedó plasmado en un dossier sobre el trabajo realizado (descargar). Lamentablemente, todo el trabajo realizado quedo en nada, ya que el Mural no contó con los resguardos necesarios y nuevamente fue dañado y algunas piezas sustraídas y dañadas.
Jubilado en 1971, recibió un premio de la Universidad de Chile, entre 1976 y 1978 viajó a España, incluyendo una muestra internacional que organizó la Fundación Joan Miró. En 1999 participó en la Biennale Internazionale dell’Arte Contemporáneo en Florencia (Italia) y fue galardonado con el Premio Lorenzo el Magnífico.
En sus obras, hay un amor despreocupado, que hizo que su trabajo se volviera profundo e inquieto, lo que significó que sus trabajos estuvieran “atravesados por un submundo de vivencias que los transforman en un lenguaje onírico y angustioso. Del clasicismo, De la Fuente ha guardado una aparente serenidad pero la angustia que trasciende en la tela es metafísica”[4].
Falleció el 28 de diciembre de 1999, dejando tras de sí, cientos de discípulos, obras, enseñanzas, con un legado difícil de igualar por su compromiso, búsqueda de nuevas formas de expresión y un sinnúmero de afectos y recuerdos repartidos por todo el país.
Notas
[1] Pedro Emilio Zamorano, “Muralismo en Chile: texto y contexto de su discurso estético”, Revista Universum, Vol. 22, Nº2, pp. 254-274, 2007. Disponible en <http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-23762007000200017&lng=es&nrm=iso> [Accedido 18.10.2021]
[2] Antonio Acevedo Hernández, “Perfil artístico de Gregorio de la Fuente”, Revista Antártica N° 23-24, Noviembre-Diciembre de 1946.
[3] http://www.gregoriodelafuente.com/biografia.htm
[4] Ana Helfant, “Gregorio de la Fuente”, en “Arte – Sede sur”, Universidad de Chile, 1975.
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